Centro de las Artes, CONARTE, Monterrey | 7 de agosto – 26 de octubre, 2025
Curada por Virginie Kastel Ornielli

Miriam Medrez. Vestidos Invertidos. 2012–2013. Serie de esculturas, dimensiones variables. Impresión sobre tela, bordado, espejo, estructura de hierro, yute, radiografías.
En el eco textil de Monterrey, entre las fibras industriales y el ruido metálico de la producción, Miriam Medrez levanta un refugio hecho de hilos, pliegues y memoria. Su exposición Weave Unfold Pleat (Entramar, desdoblar, plisar), curada por Virginie Kastel Ornielli, se despliega como una anatomía del cuerpo y el tiempo; es una relectura de la materia que habla, se dobla, se rompe y se recompone. Medrez, nacida en Ciudad de México en 1958 y adoptada por Monterrey desde 1985, ha construido una práctica obstinada, silenciosa y radical. Primero fue la cerámica, la arcilla como cuerpo primario, carne de la tierra; luego, desde hace quince años, el textil se convirtió en su territorio: una piel porosa que respira entre lo doméstico y lo ancestral. Su tránsito entre materiales no es una migración, sino una continuidad; la arcilla se volvió hilo y el hilo, tejido: una materia que recuerda.
En el cuerpo de obra presente en la exposición, el verbo tejer no opera como una mera técnica, sino como un gesto vital. Entramar es hacer visible la red que nos sostiene, la genealogía invisible de mujeres que, a través del tejido, han narrado la historia desde los márgenes. En la sala, cada obra parece contener la respiración. En la serie Desde la Tierra, los retazos reutilizados de desechos de tiendas de decoración se transforman en topografías que evocan grietas y abismos, heridas del planeta y del cuerpo. Lo que antes era residuo se vuelve relato.

Vista de la exposición. Lado derecho, Miriam Medrez. Quién se come a quién. 2019. Mural textil circular. Tela, estructura metálica. Dimensiones: variables
El trabajo de Medrez no se asume como feminista, pero su práctica es un acto de resistencia íntima, una insistencia en lo blando en un entorno endurecido. En Monterrey, ciudad de acero y maquinaria, su elección de materiales flexibles, arcilla y tela, se vuelve política: “suavizar” el espacio, dar forma a la ternura. En este sentido, la obra se propone desde una doble acción: abrir la materia y, con ella, la conciencia. En su pieza “Quién se come a quién” (2019), un mural textil circular, el ciclo de la vida se convierte en una metáfora del cuerpo como territorio vegetal: abierto, permeable, fluctuante entre lo doméstico y lo salvaje. En “Talla O”, la artista utiliza lechugas, plantas carnívoras y platos suspendidos para hablar de las presiones sociales sobre el cuerpo de las mujeres: dietas, medidas y controles. La artista desdobla la superficie hasta encontrar su reverso y, en ese gesto, revela la psicología del tejido. Lo que parecía una textura es también un pensamiento; el hilo, una línea de escritura. Cada pliegue es una frase interrumpida, un recuerdo que insiste. La exposición, estructurada como un mapa corporal, permite leer su obra como una expansión de lo íntimo hacia lo universal.
El pliegue es quizás el gesto más radical de esta muestra. En él habita la filosofía del cuerpo como recipiente, como contenedor de espíritu y emoción. Siguiendo a Deleuze, el pliegue no es solo una forma, sino una zona de indeterminación: allí donde la materia se vuelve pensamiento. En las obras textiles más abstractas, el hilo adquiere autonomía; se convierte en estructura, en cuerpo. La curaduría de Virginie Kastel Ornielli subraya esta dimensión espiritual de la materia. Kastel, cuya investigación sobre la representación de lo doméstico ha marcado su práctica curatorial, entiende el trabajo de Medrez como una cartografía emocional. En la muestra, las acciones de entramar, desdoblar y plisar funcionan como un dispositivo simultáneo: tres gestos que se complementan, generando una multiplicidad visual que se siente más que se observa.


Miriam Medrez. Mamalia. 2012-2013. Tela, bordado. Dimensiones: variables
Desde sus primeras esculturas en cerámica, como la instalación Trayectos, ganadora de la Bienal FEMSA, hasta sus recientes trabajos textiles, Medrez ha concebido el cuerpo como un vaso, un recipiente. Este concepto, alejado de la visión occidental del cuerpo como límite, se aproxima a una noción ancestral: el cuerpo como espacio de contención y tránsito. En obras como Vestidos invertidos, el vestido se convierte en un contenedor, en un útero simbólico. La piel, representada a menudo por telas rosadas, aparece como frontera viva entre lo interno y lo externo, entre el yo y el mundo. Esta concepción del cuerpo-vínculo conecta con lo arcaico, con una memoria matrilineal. En la serie “Mamalia”, la artista establece un diálogo entre mujeres y mamíferos, creando retratos emocionales que recuperan la conexión primigenia entre lo humano y lo animal. El útero, una y otra vez, aparece como paisaje y refugio: una geografía íntima que se abre al espectador como una cueva luminosa.
Si algo distingue a la obra de Medrez es su capacidad para transformar lo doméstico en una experiencia cósmica. En sus piezas, el hilo de coser ese objeto cotidiano y humilde se convierte en un símbolo universal de conexión. El tejido no es ornamento, es estructura; el arte no decora, sino que repara. Zurcir, en su universo, no es un verbo menor: es una ética del cuidado. En la exposición, esta ética se siente en la materialidad misma. Los tejidos, los dobleces, los restos y los fragmentos construyen una narrativa que oscila entre lo personal y lo colectivo. No hay rigidez ni jerarquías; todo fluye en una conversación constante entre lo figurativo y lo abstracto. Sus hilos se comportan como líneas de pensamiento, trazos de una escritura sin gramática fija. La artista trabaja con la misma disciplina que una escritora que corrige sus frases con las manos. El dibujo, la costura y el pliegue son maneras de decir lo indecible. En este sentido, “Weave Unfold Pleat” propone una lectura del arte contemporáneo desde la experiencia táctil y la imaginación corporal. Las obras no buscan ser comprendidas racionalmente, sino tocadas con la mirada. Lo que se pliega en la tela se despliega en la mente del espectador.

Miriam Medrez. Desde la Tierra. 2024–2025. Tela reciclada, hilo, piedra. Lienzo, tela negra. Altura 2.40 m x Ancho 1.67 m (2025)
Instalada en Monterrey, una ciudad donde muchos artistas emigran en busca de centros de validación, Miriam Medrez ha permanecido fiel a su lugar y a su ritmo. Su práctica, coherente y silenciosa, es una forma de resistencia ante la prisa industrial y el ruido de lo espectacular. Trabajar con tela, con hilo, con paciencia es su manera de insistir en la humanidad del gesto. Kastel Ornielli, al reunir quince años de exploración textil, logra trazar un mapa de constancia. La exposición no es retrospectiva, sino un cuerpo vivo que respira en el presente. En cada pieza, el espectador encuentra una vibración, una historia suspendida, una plegaria hilvanada.
El hilo como metáfora del pensamiento
El hilo atraviesa toda la exposición como una metáfora central. A veces une, otras sostienen, otras marcan la cicatriz. En los grandes murales textiles, el trazo se vuelve topografía; en los trabajos más íntimos, se transforma en línea emocional.
Weave Unfold Pleat es, al final, una reflexión sobre la materia como espejo del alma. En el recorrido, el visitante se encuentra ante un universo en el que la suavidad tiene poder y el cuerpo se pliega para contener la emoción. En tiempos duros, la artista nos recuerda que el arte puede ser también un abrigo: un gesto de ternura radical. El textil, usado durante milenios para cubrir y proteger, se convierte aquí en símbolo de libertad. Miriam Medrez nos ofrece un espacio sensorial donde el cuerpo, el propio y el ajeno se reconoce como casa.

Miriam Medrez. Talla Cero. 2013. Tela teñida, bordado. 3.00 m x 3.00 m (variable)
Weave Unfold Pleat (Entramar, desdoblar, plisar)
Miriam Medrez
Curaduría: Virginie Kastel Ornielli
Centro de las Artes, CONARTE, Monterrey
7 de agosto – 26 de octubre, 2025
Imágenes cortesía de la artista.



